La alhambra, tan nuestra y tan extraña siempre se presenta
como la primera vez. Si logras abstraerte de la letanía del guía y de sus
historias tantas veces narradas; si puedes borrar a los turistas ávidos de
inmortalizar un momento único, abejas nerviosas en un enjambre lleno de miel
inalcanzable, solo entonces se apagarán las luces de la realidad y la oscuridad
dejará paso al silencio.
Ahora si puedo escuchar los murmullos, sollozos, lágrimas, leyendas derramadas por las fuentes de la Alhambra. Arriba, las estalactitas caen, como en las cuevas
milenarias desde un cielo de colores, y la brisa estival que baja de los
neveros nocturnos, te acaricia la piel,
como jugara antaño con los hijos de la Alhambra.
Cuando muere la tarde en la vega, renace el castillo rojo, y
poco a poco las luces van despertando
para mirar con sus rojos, amarillos y
verdes los muros de la fortaleza, donde todavía se escucha el galope de un ejército de caballos pasar por los corredores y perderse en la oscuridad del Generalife.
Entonces, los espíritus del palacio intentan recuperar su dignidad entre flashes
y comentarios más o menos acertados y se pasean por las estancias que el
visitante no percibe, atraído por el reclamo de los guías, que al corriente de
esta trama se convierten en cómplices de
los espectros desheredados.
Y así, noche tras noche, “la mano toca la llave” y el tesoro cobra vida, impregnando solo, al
visitante capaz de percibir la magia entre las paredes de escayola y los
suelos de mármol.
Esta vivencia, para muchos,
se apagará en una instantánea, trofeo efímero con la leyenda grabada:
“yo estuve allí”. Pero para unos pocos se convertirá en una experiencia
estética, inolvidable y enriquecedora que nos recordará que el arte puede
hacerlo cualquier ser humano sensible a este mundo y a muchos otros.
Si tuviste la oportunidad de detenerte un
momento en el Salón de los Reyes,
en la alberca de los Arrayanes o entre las columnas del Patio de los Leones; si pudiste cerrar los ojos un instante de tu valioso tiempo, seguro que sentiste el murmullo de los sultanes entre los pasillos de palacio y es posible que hayas escuchado la solemnidad de sus rezos. A lo mejor pudiste intuir entre las celosías de los patios, a las concubinas de los relatos de Washington Irving, y habrás respirado la poesía entre arrayanes y nenúfares. Si has experimentado las sensaciones más profundas de este legado, entonces serás un viajero afortunado, y posiblemente necesites volver a tener estas experiencias. Así que aqui te espero, en Granada, soñando de nuevo la Alhambra.
Belén Ruiz Esturla
en la alberca de los Arrayanes o entre las columnas del Patio de los Leones; si pudiste cerrar los ojos un instante de tu valioso tiempo, seguro que sentiste el murmullo de los sultanes entre los pasillos de palacio y es posible que hayas escuchado la solemnidad de sus rezos. A lo mejor pudiste intuir entre las celosías de los patios, a las concubinas de los relatos de Washington Irving, y habrás respirado la poesía entre arrayanes y nenúfares. Si has experimentado las sensaciones más profundas de este legado, entonces serás un viajero afortunado, y posiblemente necesites volver a tener estas experiencias. Así que aqui te espero, en Granada, soñando de nuevo la Alhambra.
Belén Ruiz Esturla